27 de septiembre de 2011

FINLANDIA, UN PAÍS QUE MERECE LA PENA VISITAR. LOS FINESES, UNOS TIPOS QUE MERECE LA PENA CONOCER.

 
Finlandia es una tierra donde casi no hay tierra. Donde los lagos dominan un país cuyo horizonte comienza en una diminuta isla y termina en la aurora boreal. Donde la naturaleza cubre de verde gentes y vida animal. Y a renos y salmones los saludas en ríos y carreteras y los despides en platos acompañados de un imposible vino español con precio de casi tres cifras. O con una nefasta cerveza local que al probarla por primera vez te puedes quedar con la cara del dueño intentando sorprenderlo con una risa golfa. Porque te da la impresión de que el tipo haya podido evacuar en la jarra antes de servirla en tu mesa.

En Finlandia hay poca humanidad. Es respetuosa con las reglas, limpia y educada. No se comunican demasiado entre sí ni con los bárbaros que los visitan. Excepto en los bares. Son grandes, fuertes y bastante rubios. Son blancos, pero no de un blanco pálido de oficinista resignado. Tienen un blanco quemado por el sol, el aire, el frío y cualquier tipo de elemento climatológico que quema el rostro a la gente que suele vivir al aire libre.

Un lugar para alojarse en Helsinki puede ser cualquiera de los dos Soko hotel que se esconden en la calle Albertinkatu.
Detrás de ellos hay un rastro, marché aux pouces o flea market que te ofrece todo lo que no puedes encontrar en los cargantes centros comerciales que abarrotan el mundo. En la calle Lonnrotinkatu hay puestos desde las diez de la mañana hasta las cuatro de la tarde. Hay vinilos, vasos savoy de Alvar Aalto, ropa vintage, vistas al puerto y tenderos tan grandes como para liquidarte con una mirada tierna. Tirados también con mucha ternura te puedes encontrar álbumes de fotos antiguas. En blanco y negro. Vidas de familias que recapitulan la vida de todas las familias de Finlandia. Libretos rellenos de ojos que miran y caras para mirar. De gente desconocida que en un vistazo breve te resulta cercano. Y decides que no merecen terminar en el fondo de una puta caja de cartón y te los llevas contigo a casa. Como si tu vida ya perteneciera a ellos y ellos formaran parte de tu vida.
En el rastro puedes pasar horas sin percibir que el mundo existe y puedes pasar más horas observando a la gente que mira, pregunta y compra. Los dueños de la mercancía no acosan. Más bien te ignoran y, cuando la hora de cierre llega y la gente desaparece, hay que tener mucha suerte para encontrar un par de gramos de basura.

Al lado de los hoteles, en la misma Albertinkatu, existe un lugar que se acerca bastante a lo que algunos consideramos el paraíso. El sitio se llama Fennica Records y tiene tantos vinilos de rock'n'roll, blues, country y cualquier variable de música americana que si el dueño fuera insomne y no cerrara nunca su negocio, estaría en el número uno de la lista para contemplar los mejores amaneceres.

Cuando dejas el lugar sin plata, ojos ni cerebro andas unos cincuenta metros hasta la Mallaskatu y te sientas en uno de los taburetes del Mendocino Bar. Hay una sinfonola con buena música, un camarero que a veces toma su guitarra y versionea a Tom Russell, Dough Sam, Dylan y Blasters. Otras veces hay grupos que tocan mientras la gente bebe y no les presta mucha atención. Es un bar de trabajadores donde pasan el tiempo libre bebiendo. Bebiendo mucho. Y aquí la gente sí que se relaciona y te cuenta que los inviernos son jodidos. Tan jodidos que los suelen pasar en el bar.

Los bares donde bebe la clase trabajadora y los mercadillos callejeros son los mejores lugares para conocer un país. Olvídense de guías de Lonely Planet donde viajeros gafapasta recomiendan barrios seguros, bares aburridos donde bebe gente aburrida y mandangas por el estilo que pueden arruinar un viaje inolvidable.

Helsinki es activa, tranquila y con posibilidades de escapar a otros lugares cuando la ciudad, que no es muy grande, no da más de sí.
Tallinn está a dos horas en ferry. Ir en fin de semana tiene sus pros y sus contras. Los chicos finlandeses toman algún barco el viernes hacia la capital estonia y viven dos días a ritmo mucho más alto de lo que sus corazones les permiten. Beben durante el viaje, beben el sábado y beben el domingo. La vuelta el día que cierra la semana es un espectáculo que nadie que esté en su sano juicio debería perderse. Cuerpos en un estado lamentable se apilan en los pasillos del barco con toneladas de cajas de cerveza barata a modo de almohada. Roncan y sudan alcohol de tercera categoría esperando llegar a casa tras cuarenta y ocho horas que tendrán el efecto de cuarenta y ocho años en sus caras.
Tallinn ya disfruta o sufre el euro. Tiene un centro coqueto con bares, restaurantes y tiendas rodeados por una muralla medieval tan impoluta que da la impresión de que la edad media hubiera terminado ayer mismo. Muchos cruceros de turista por catálogo paran allí y el número de lenguas que se escuchan en verano son demasiadas para sólo dos oídos. Italianos y españoles se llevan el premio gordo al turista paleto. Ése que comenta lo baratas o caras que están las cosas en el país. O lo maravilloso del barco que los lleva y trae. Que no necesitan ni salir porque la nave tiene de todo, pero que en verdad no tiene de nada. Porque nada puede abarcar un montón de objetos y todo ninguno.
 
En Finlandia hay un chico llamado Eddie Laakso que todos los veranos organiza veladas con la gente y el rock'n'roll como protagonistas. Busca espacios que abundan en su país. Hoteles aislados en lagos rodeados de bosques donde no es fácil que tipos duros armados con motosierra te molesten por la noche. Porque Finlandia es un lugar donde viven personas que tienen el sosiego y la calma como razón de ser. Incluso cuando beben. Porque los fineses beben como si fuera un castigo. Y cuando beben se relacionan y bailan. Pero como suelen ser tipos que esconden una gran fortaleza física debajo de un considerable sobrepeso, cuando se mueven no lo hacen con mucha gracia. Y bailan como lo haría una banda de osos que hubiera asaltado una destilería de vodka clandestino y se hubiera bebido hasta la última botella. En los bares, cuando vuelven del baño a la mesa no buscan el camino más corto. Suelen caminar en zig-zag golpeando congéneres con violencia a los que nunca consiguen importunar. Y son buenos anfitriones, como Eddie, que se preocupa hasta la enfermedad por darte una acogida calurosa en el país del frío.

En la costa oeste existe un pequeño pueblo de pescadores y artesanos con casitas de azúcar y calles tan limpias como el inodoro del Sr. Burns. Se llama Rauma y puedes pasar un par de horas viviendo dentro de un cuento de Hansel y Gretel.
Fuera de Helsinki la vida no existe más allá de las cuatro de la tarde. No hay bares, no hay tiendas, no hay gente. Sólo te queda el premio de la soledad y el silencio. Paseos por calles desiertas esperando la noche que nunca llega en verano. Aunque siempre se encuentra alguna terraza resguardada del viento que ya despierta en Agosto y que recoge a los insubordinados de la misantropía. Gente que disfruta viendo a otra gente que nunca pasa y se refugia en tragos cortos de cerveza antes de afrontar su propia soledad.

Turku es la segunda ciudad de Finlandia. Tiene un bonito río que desemboca en el archipiélago que la rodea y que flota en el Mar Báltico. Miles de pequeñas islas que se pueden recorrer en bici o en coche combinando pequeñas carreteras y grandes ferrys. Un recorrido corto que cierra un pequeño círculo puede ser Pargas-Nagu-Naantali. En cualquiera se puede ver bonitos veleros en puertos coquetos, buenos restaurantes, gente con mucho dinero y comprar buen regaliz. Sobretodo en Naantali.

Un poco más al este de Tampere hay una ciudad con nombre difícil de pronunciar: Jyväskylä. Aquí se pueden encontrar buenos ejemplares de la arquitectura de Alvar Aalto. Un Gaudí o un Frank Lloyd Wright en Finlandia. Incondicional de la funcionalidad, supo adaptar sus proyectos a una climatología que siempre juega en contra sin adulterar la elegancia. El museo a la entrada de la ciudad es un cortometraje de su vida.

Savonlinna es una ciudad pequeña que se despereza entre dos lagos. Un alto porcentaje de los habitantes se despiertan con la vista puesta en la gran masa de agua rodeada de bosques. Tiene un bonito castillo que en julio se llena de público hambriento de arias. El lugar tiene buena acústica y la gente disfruta de los solistas de la ópera. A partir del 15 de Agosto la graciosa ciudad, el bombón de Finlandia, se queda desamparada de turistas. Alguna orquesta militar, un paseo por aquí, un pequeño viaje en barco por allá y una buena cena en el Majakka son todas las posibilidades vespertinas. Eso si no tienes la suerte de toparte con un multimillonario que arriba al pequeño puerto de Savonlinna con ánimo de celebrar su ochenta cumpleaños en el castillo de la ciudad. Alguien que lo puede alquilar durante días, organizar fiestas privadas de día y de noche y obsequiar a los lugareños con unos buenos fuegos artificiales. Alguien como el dueño de las barritas Mars que llegó al pueblo con un yate del tamaño de casi un campo de rugby, tripulación para el Titanic e invitados de mocasines blancos sin calcetines, camisas blancas de marca y chaquetas azul marino. Como corresponde a los cánones. Esa clase de gente que bebe y ríe desde proa hasta popa para que otra gente que los mira desde la calle con la boca abierta, no la consiga cerrar jamás.

Finlandia es un país que merece la pena visitar y los fineses unos tipos que merece la pena conocer.

No se lo pierdan.