25 de julio de 2015

MESA REDONDA SOBRE LA NOVELA NEGRA ACTUAL

El domingo 16 de agosto, en la Feria del Libro de Jaca, participaré en una mesa redonda organizada por el Ateneo Jaqués de Marcos Callau sobre la novela negra actual junto a Lorenzo Silva, Michel Suñén y Lucía Santamaría, reconocidos escritores a nivel nacional.
Antes, estaré firmando ejemplares en la caseta de Javier Cinca, editor de STI Ediciones ejemplares de Wacha los Güeros y Estúpidos y Felices.

19 de julio de 2015

SOUTH ENGLAND AND WALES BY CAR (Parte II) (Sur de Inglaterra y Gales en coche)


Cardiff

      El sur de Inglaterra está separado del sur de Gales por el río Seven. Un flamante puente, una de esas obras arquitectónicas símbolo de modernidad, los une a través de la autopista M-4. Gales es otro mundo dentro del Reino Unido. Símbolo de lucha de las clases trabajadoras, de rugby y de grandes voces.
       
     El primer día nos encontramos con los restos de las aficiones del Real Madrid y del Sevilla. El día anterior, habían jugado la final de la Supercopa de Europa en la ciudad. En el estadio del Millenium, donde el equipo nacional de Gales juega sus partidos de rugby, un cartel en la entrada decía: “Aquí no se juega la final de fútbol, aquí solo se juega a rugby”. El mundo del fútbol siempre cree que en todos los sitios atan los perros con longaniza. En Gales, el rugby es el deporte rey. Cerca, en el estadio del Cardiff, un amistoso entre los equipos de rugby sub 16 locales y el Newcastle inglés.
      Shirley Bassey y por supuesto Tom Jones, son buenos ejemplos de grandes voces galesas. La noche de Cardiff se llena de improvisados concursos de karaoke donde jubilados o trabajadores acuden a los pubs para tomar su ración de pintas y recordar viejos tiempos. Clásicos del soul y del rock'n'roll son interpretados con maestría por cada cliente que coge el micrófono. Nunca hemos sido amigos del karaoke, pero escuchando buenos temas en buenas voces y con media docena de pintas, la cosa pinta de otra manera.
      El segundo día visitamos Blaenavon, antiguas minas galesas hoy Patrimonio de la Humanidad. Tuvieron un significado especial tanto para el progreso en los inicios de aquélla Revolución Industrial, como por las durísimas condiciones de vida que tuvieron que 
soportar los trabajadores durante su funcionamiento. La visita es imprescindible. No es difícil percibir cómo poco a poco, lucha a lucha, derecho a derecho los mineros fueron ganando calidad para ellos y sus familias. Los niños y las mujeres llegaron a formar, muchas veces, parte de la mano de obra. Los túneles de las minas tenían tamaños diversos y, en los más pequeños, los hombres no podían entrar. Los hijos y mujeres de los trabajadores eran introducidos en pequeñas galerías donde no podían acceder los hombres. Un museo situado en la propia mina trata ampliamente la lucha que se libró y cobra máxima importancia en la actualidad. No es fácil abstraerse al ver como esos derechos conseguidos con la sangre de muchos, hoy se pierden por la indolencia de unos pocos. Cerca, el Blaenavon Ironworks, es una fundición que se abastecía de las minas. El cartel de la entrada “Bienvenido al infierno”, no necesita más explicación. Interesante la pequeña ciudad reproducida en los alrededores. Cómo vivían los trabajadores de la fundición, sus casas, comercios y su constante lucha contra las plagas de cucarachas. En definitiva, visitas que te muestran y enseñan mucho más que cualquier libro. No hace tanto, el inicio del nuevo mundo que ahora disfrutamos y también sufrimos, para la mayoría solo fue un durísimo padecimiento. Allí comenzó la lucha de clases y, creo, nunca la debemos de olvidar.
      Cruzamos el Brecon Beacons camino de Hay On Wye. Las verdes montañas galesas son bajas y redondeadas. Los caminos que las recorren, estrechos y lentos. Tienen vistas y te dan tiempo para contemplarlas. Las ovejas galesas cruzan las carreteras y las granjas te miran a lo lejos. Hay que parar y respirar el aire rural que lo empapa todo. Olvidarse de prisas, de gente y del mundo de donde uno procede. Gales es otro planeta.
      Hay On Wye organiza la mayor feria del libro de segunda mano del mundo. A finales de mayo la ciudad se llena, más si cabe, de libreros y oportunistas dispuestos a vender y comprar los libros que no se pueden encontrar, casi, en ningún otro lugar. Si no se puede acudir a la Feria, cualquier día del año se puede visitar el mayor número de librerías de viejo por metro cuadrado que alguien pueda imaginar.

La Costa Galesa

      El sur y oeste de Gales es playa, roca, mar y casas de color pastel. Hay muchos lugares donde parar, disfrutar de buenas vistas, dar de comer a las gaviotas y, si toca un día de suerte, tomar el sol en la arena. La suerte suele tocar más en el sur y se va perdiendo contra más al norte te diriges.

      Tenby, Solva, St Davis, St Govan's, son pueblos interesantes. Tenby, quizás, combina mejor estética, posibilidades, clima y descanso. Tiene un castillo en la esquina del pueblo metido sobre una lengua de mar. A sus lados, dos playas lo escoltan. Desde arriba, hileras de casas de color arco iris se asoman al mar Celta. Entre el pueblo y el mar, cientos de paseantes pasan sus manos por viejas balaustradas mientras gaviotas descuideras tratan de aprovechar el corto verano galés.
      La impronunciable Aberysywith es la más grande de las localidades costeras del este. Tiene ambiente universitario, una buena colección de pubs y un espectacular paseo de casas victorianas y eduardianas. El buen tiempo nos fue dejando por un fuerte viento proveniente del mar. Nos recogimos en un pub que no visitan estudiantes, solo trabajadores, marineros y tipos realmente extraños con un único denominador común. Sus ganas de beber. Nos juntamos y tuvimos buenas conversaciones. De esas que no llegan a ninguna conclusión, de esas que no se olvidan.

Snowdonia y norte de Gales

      Beddgelert tiene casas de piedra, cafés con turistas y un viejo puente desde donde se lanzan pequeños clavadistas al fondo del río Colwyn. Es, puede ser, el pueblo más bonito de Snowdonia. Nuestro fugaz paso por el Parque Nacional no lo puede asegurar, pero casi. Es un lugar de postal, de cuento de los Hermanos Grimm. Tiene un pequeño paseo rodeado de montañas mofletudas y verdosas que invitan a quedarse. Pero nuestro destino estaba más al norte, y la lluvia comenzaba a dejar de ser intermitente para pasar a insistente.
      Un castillo, dijimos. Caernarfon, elegimos. No sé si todos son iguales en el presente que se vive, pero la memoria pone a cada uno en su lugar. No somos de rutas de museos, ni de castillos ni de ruinas, pero siempre tomamos un referente que no dejamos escapar. El pueblo es interesante y la fortaleza tiene acceso desde el mar. Dentro, hay un buen museo de las azañas galesas en la colonización que llevó a cabo el Reino Unido y, por supuesto, de la batalla de Rorke's Drift, donde 140 galeses resistieron a 4000 zulúes. El filme Zulú, con un gran Michael Caine a la cabeza de reparto lo recuerda.
      Llandudno es un lugar de veraneo para los galeses. Nuestra intención era dormir y salir a dar un paseo en barco por el mar de Irlanda y saludar a la fauna. El viento estaba demasiado irrespetuoso y nos lo impidió.
      Cambiamos planes y nos dirigimos a Chester. Toda la fauna que no pudimos ver en Llandudno salio a recibirnos en la ciudad inglesa fronteriza con Gales. Cintas rosas, vestidos de topos, tacones de aguja borrachos que parpadean, pamelas grotescas, pelos amarillos, minifaldas y trajes con corbata. Son los uniformes de los británicos cuando acuden a un Grand Prix al hipódromo. A emborracharse después de una carrera de caballos y vaciar todas y cada una de las plazas hoteleras de la ciudad. O, como poco, dejar solo libres las de 400 pounds la noche.    Con el centro de Chester paseado y el espectáculo que no daba para más, buscamos el camino a Liverpool.

Liverpool

      Nunca me han gustado The Beatles. Nombrar este tema con muchos de mis amigos es como nombrar la soga en casa del ahorcado. Para mí fueron los que intentaron, por supuesto no lo consiguieron, destruir el rock'n'roll. Y eso que empezaron bien con el bueno de Tony Sheridan. Aún así hace tiempo que dejé atrás una buena parte de mis prejuicios, no todos, y visitamos la barbería de Tony Slavin en Penny Lane, tomamos unas pintas en The Cavern junto a niños y parejas maduras neuróticas y vimos alguna actuación de grupos correctos tributo a The Beatles.
      Liverpool es una buena ciudad para vivir. Como Bristol, tiene un pasado canalla, un puerto reconvertido en zona de ocio para gente cool con estatua incluida para Billy Fury y muchas zonas interesantes por donde pasear o beber.
      El Liverpool tenía partido de liga y la ciudad estaba teñida de rojo. Buscamos flea markets, car boot sales y tiendas de segunda mano en donde poder rebuscar cosas inservibles. Las encontramos. Visitamos la sobrevalorada Chinatown y cenamos en dos de sus restaurantes durante las dos noches que pasamos en la ciudad. Pagamos bastantes libras por un hotel mediocre que no estaba demasiado limpio. Lo que toca en una ciudad industrial. En fin, creo que nos fuimos de Liverpool con una sensación agradable, buenas recuerdos y una inamovible opinión sobre The Beatles.

Liverpool – Arras – Zaragoza

      Todo viaje, sin excepción, tiene fecha de caducidad. Desde los que emprendemos la gente gris con una vida más o menos organizada, con un trabajo que, cada día con más dudas, te espera a la vuelta y con una cama que terminas echando de menos, hasta los que emprenden los afortunados que únicamente compran el billete de ida. 
     Viajamos cuando nos movemos, cuando nos descubrimos y soltamos pesados lastres que atenazan nuestra existencia, cuando esos prejuicios, esa forma de ver la vida, ese preocuparte por cosas que realmente o no importan o no tienen solución, se quedan lejos al volver la vista hacia atrás. Cuando esas normas básicas no se cumplen, ya se puede dar el viaje por finiquitado. Estés de vuelta en tu casa hipotecada o viviendo a la orilla del Amazonas con una tribu desconocida.
       Salimos de Liverpool sin prisa, con el único objetivo de cruzar el Canal de la Mancha y recorrer algunos kilómetros hasta los alrededores de la capital francesa. Cruzar Inglaterra es fácil. Los conductores son respetuosos, no corren y las carreteras están en muy buenas condiciones. Como en casi toda Europa. Decidimos dormir en Arras al salir del Ferry. Es una ciudad pequeña, con un par de plazas empedradas rodeadas de casas flamencas y un campanario que vigila todo lo que se mueve a su alrededor. Todo ello, más que suficiente para dar un paseo, desentumecer las piernas y decidir un restaurante donde celebrar la última cena del viaje.
      A la mañana siguiente, con música, buenas conversaciones y, porqué no, ganas de llegar a casa, pusimos rumbo a Zaragoza. Medio día y mil doscientos kilómetros cuesta abajo que ya nunca quedarán atrás, que nunca se olvidarán. Siempre quedarán guardados en alguna capa de nuestra cada vez, más deteriorada memoria.

12 de julio de 2015

SOUTH ENGLAND AND WALES BY CAR (Parte I) (Sur de Inglaterra y Gales en coche)


      Existen demasiados tópicos y frases hechas sobre viajes y viajeros. La mayoría son opiniones subjetivas, la mayoría acertadas. Sí, viajar es conocer, descubrir y descubrirse. No importa tanto el destino, como el camino recorrido para llegar a él. Un viaje son varias licenciaturas en la mejor universidad y siempre queda grabado en tu memoria. Momentos y sensaciones nuevas nunca hasta entonces vividas. ¿Quién de los que alguna vez nos hemos denominado viajeros y no turistas, no hemos repetido alguna de las citas anteriores en un intento de distanciarnos de los turistas de crucero y resort?

      Pero viajar también es signo de cobardía. De claudicar a la realidad diaria, a las dificultades y a los compromisos. Huir de lo cotidiano. Evitar esa rutina que negociamos a cambio de seguridad y, a veces, termina arruinando nuestra existencia.
Como miserables renegados de nuestros compromisos, de este sistema que a veces te asfixia y no te deja respirar, el lunes cuatro de agosto del año dos mil catorce, cargamos nuestro vehículo con unos pocos bártulos y nos pusimos en ruta hacia la Pérfida Albión.

Zaragoza – Le Mans

      Diez horas de autopista, novecientos kilómetros. Si lo piensas mal, un suplicio. Si lo piensas bien, medio día de compartir con tu compañera de viaje conversaciones y canciones que la prisa diaria no permite. Paradas de descanso y curioseo de las maneras de otros viajeros, de otras gentes. De unos que van y de otros que vuelven.
 
      No hay prisa y Le Mans nos recibe al final de la tarde. El hotel Ibis está al lado de la ciudad amurallada, muy cerca de la entrada a lo que fue otra época y otro mundo.
Hay gente que vive en los contrafuertes de la antigua fortaleza y muestra su casa y sus costumbres a los paseantes. Somos entrometidos y nos gusta asomarnos a las ventanas ajenas.

      Le Mans no anda a la zaga de otras ciudades de la rivera del Loira como Tours, o Blois o Poitiers. Le Mans es un buen lugar para hacer un alto en cualquier camino. Como en toda Francia rural, la iluminación de la parte vieja es discreta y fabrica sombras veladas. La Mairie ayuda con imágenes proyectadas en suelos adoquinados y paredes empedradas. Dibujos góticos modernizados por colores gritones que destacan en las noches de verano cargadas de turistas.

Le Mans – Canterbury

      Sentimos celos al evitar buenos lugares en la costa oeste francesa. Normandía y Bretaña dan para mucho, pero tenemos poco. El tiempo siempre es egoísta y nunca regala nada. Rouen, en el camino, nos anima con buenas vistas las tediosas rondas de circunvalación.
Reservar por internet, localizar y entrar con el coche al puerto de Calais para tomar un ferry que pasa a Dover, es asequible para cualquier persona con un mínimo de neuronas a medio funcionar.

     Los acantilados blancos que antaño servían a los ingleses de protección contra invasiones, siguen siendo tan encantadores como siempre. Las gaviotas que acompañan a las embarcaciones, más mendigas y bullangueras que nunca.

      Conducir por la izquierda no es un problema. Ni con el volante a la derecha, ni con el volante a la izquierda. Si hubiera que decantarse, me quedo con la segunda opción. Más celo en las rotondas, en las incorporaciones a avenidas al carril contrario y poco más. En las autopistas, comienzas agazapado como una rata en el carril lento (el izquierdo), y a esperar que te visite la confianza para pasar al rápido. Siempre que los atascos lo permitan.

      The Falstaff es una antigua posada a la entrada de la puerta oeste de la muralla que rodea Canterbury. La ciudad, como gran parte de Inglaterra, se mantiene igual que siempre. Sin las arrugas de la modernidad, sin el sobrepeso de grandes avenidas, ni las canas de la contaminación. Un buen porcentaje de la decoración se la lleva la jardinería. Flores y verde que llega hasta los ríos, parques escrupulosamente cuidados por responsables y usuarios y fachadas de casas antiguas con más plantas y más flores. En general, esa pulcritud que solo se ve en el corazón de Europa.

      Canterbury es algo más que el centro anglicano de Inglaterra y los cuentos de Geoffrey Chaucer. Tiene un pequeño riachuelo que la cruza cargado de pequeños restaurantes y buenos pubs. En uno de ellos, el Lady Luck, hay buenos conciertos de rock'n'roll en todas sus variantes. En la puerta se juntan chicos y chicas con el pelo teñido de ese color rojizo que tienen los ladrillos que cubren todas las fachadas del país.

Canterbury – Brighton

      Lewes está cerca de Brighton. Apenas un desvío de diez millas y se llega a una calle larga, estrecha y con decenas de coches en ambas direcciones. El centro está animado. Es pequeño, pero coqueto. Aparcamos el coche en zona de pago, echamos lo justo para sobrevivir media hora y buscamos un flea market que abre a diario. Un antiguo heater rojo nos llama la atención. ¿Funciona o no funciona? No sé, dice la señora que dirige tres plantas de una casa repletas de antiguallas. El antojo pasa de las cien libras. Si, no, si, no, si, no. Mientras, un vinilo de Townes Van Zandt se pega a mis manos. Volvemos con más monedas para el parking y una chica vestida de uniforme escribe una letanía delante de nuestro coche. No money, no honey, parece decir. Volvemos a por el heater y decidimos no pagar la multa. Acabamos de ahorrarnos cincuenta libras.

      Un pub es una buena opción para alojarse en Inglaterra. Especialmente si es un pub situado en algún barrio de cualquier ciudad, donde acude a beber gente como tú, o gente como yo. Gente normal, gente corriente. Te cuentan su vida, nada especial, aunque siempre interesa la forma en cómo la cuentan. La importancia que le dan a lo intrascendente y los rituales que siguen para rellenar una tarde más de su biografía. En el Bow Street Runner de Brighton hay una mezcla de pensionistas y trabajadores en el ocaso de su vida laboral que se juntan para hablar de cosas importantes. De las cosas que nunca salen en los periódicos ni en las noticias. Puedes hacerles cualquier pregunta que te responderán sin dudarlo. Incluso, si no les preguntas nada, intentarán por todos los medios entrar en alguna conversación. ¿Donde está el Mesmerist?, preguntamos. En el centro, nos dice un conductor de autobús mientras abandona una pinta con desgana y pone su dedo en nuestro mapa. ¿A qué vais allí? Pregunta el dueño del pub. A un concierto de swing. Ok, es un buen sitio. Muy elegante. Necesitaréis un buen fajo de libras para entrar allí, chicos, sonríe un veterano de la vida sin mirarnos.

      Brighton es vanguardia y tendencias. Todo el mundo llega allí, se da un garbeo, observa y vuelve con una imagen para sí mismo robada a la multitud. Hay gente guapa que casi siempre es gente con bastante dinero, pero también otros muchos que no tienen nada. Que duermen encima de plásticos en las paredes de las discotecas de moda, mientras los más modernos hacen fila para entrar. Ni la abundancia ni la miseria se escapan de ningún rincón del planeta.

     El Mesmerist es un lugar elegante para gente elegante. Chicos de color que viven en algún gimnasio controlan la entrada al local. Llevan auriculares y de vez en cuando hablan con alguien sobre la conveniencia o no de que tal o cual grupo entre al concierto. Nosotros tenemos suerte. Dentro hay, sobre todo, ejecutivos y parejas bien vestidas. Atípico para un bolo de rock'n'roll. Todos beben bastante y la primera fila de la barra no tiene vistas al mar. Ni siquiera al bar. Todo son cabezas intentando conseguir una consumición que difícilmente llega. El grupo sale a escena y calienta motores. No cambiarán de marcha en toda la noche. Tocan como si se les hubieran impuesto un castigo. O por dinero, que viene a ser lo mismo. Tomamos unas pintas y nos vamos antes de que finalice el show. No nos encontramos a gusto.




Brighton-Salisbury-Winchester-London

      Los caminos que recorren la zona donde se encuentran Winchester, Salisbury o Avebury son tan interesantes como las propias ciudades. Pasan por pequeños pueblos de casas de piedra, de carreteras estrechas, de flores en las ventanas y gente de rictus relajado. Son esas partes del planeta donde parece que todo funciona más despacio, sin prisa.

     Salisbury tiene una gran superficie de cemento en el límite de la parte vieja para dejar los vehículos. Pocos metros después de un supermercado, un río, un puente, unos cisnes y muchas casas bajas de ladrillo rojo invitan a quedarse. A perder el tiempo en cosas tan insustanciales como observar un cisne nadar contracorriente o a un pato arreglarse las plumas. A ver la gente pasar. Hace calor, y el sol se asoma desde la punta de la aguja de la catedral. Dicen, la más alta del Reino Unido. El centro es compacto sin ser pequeño, aunque la mayor parte lo ocupan los prados de hierba que rodean la catedral. La ciudad, tiene calles adoquinadas y arcos entre las casas que en otros tiempos fueron las puertas de acceso a la población.

      Winchester tiene tanta historia como Canterbury. Romanos y anglosajones le dieron forma hasta llegar con prosperidad hasta una Edad Media donde comenzó un lento declive. La calle Broadway cruza la ciudad y termina en el Guildhall, un edificio gótico rodeado de buenas tabernas inglesas. Todavía no sé porqué, pero pasamos un buen rato haciendo fotos a nuestro alrededor. Cerca, el restaurante más romántico del año 2014. La catedral de Winchester tiene un claustro rodeado de pasadizos que comunica jardines, tumbas de soldados caídos en las grandes guerras y arcadas con restaurantes. Llegamos en la hora del cierre y todos esos callejones unidos entre sí están vacíos de gente y llenos de silencio. Rondamos solos por claustros y habitaciones, llegamos hasta el internado más antiguo de Inglaterra. Huele a puntualidad y a disciplina y no es difícil imaginar las formaciones de alumnos para comer, dormir u orinar. Algún coche aparcado en los alrededores marca la diferencia entre hoy y su inauguración. Un viaje en el tiempo. Cuando buscamos la salida las puertas que hemos cruzado están cerradas. Todas y cada una de ellas han sido bloqueadas con candados y cadenas. Con un pequeño nudo en el estómago nos lanzamos a la salida del laberinto y, tras topar con varios muros, nos encontramos con un grupo de turistas en una plaza situada en el exterior. Hasta nos caen simpáticos.
Tomamos camino de London Town.

      Con ayuda tecnológica llegamos a nuestro hotel emplazado en la zona de Bayswater. Dejamos las maletas y buscamos alojamiento para nuestro coche. Cuatro días y cuatro noches. La recepcionista nos aconseja el parking de un pequeño centro comercial cercano. Llegamos. Un chico de color nos atiende. Nos da un precio. El oficial. Es caro, le decimos. No tanto como en Madrid o en Barcelona, pensamos. Nos da otro más bajo. Sigue siendo caro, insistimos. Sin movernos del sitio, nos vamos al mercado negro. Ese que, al final, existe en cualquier mundo. El que llaman tercero y en el que nosotros vivimos. Que ya no sé cual es. Nos baja hasta la mitad del precio oficial, hace un juego con las tarjetas de entrada y salida en un ordenador, le ofrecemos nuestra visa, cabecea de izquierda a derecha, le damos libras legales, se las echa al bolsillo y nos vamos pensando si podremos sacar el coche a la vuelta.
Bayswater es un buen barrio para alojarse, de hecho las últimas veces hemos terminado en él. Tiene buenos restaurantes asiáticos y a buen precio en su calle principal. En Queensway. Cerca, está el mercado de Portobello, que sigue estando tan desagradablemente apestado de turistas en su parte baja y tan interesante en su parte alta.

London (Four days, four nights)
      No hay mortal que no se conozca de memoria los mejores lugares a visitar en Londres. Grandes museos, palacios, torres, cambios de guardia, parques, todos está tan trillados que resulta tedioso hablar de ello. En cualquier guía, en cualquier web site, hay buenos consejos del sightseeing londinense.

      También hay mercadillos ilustres como Portobello o Camden Town, de sobra conocidos por todos. Han perdido el sabor de mediados de los 80, cuando esos grupos de chicos que ya entonces empezaron a llamar tribus urbanas pasaban buenas horas por ellos comprando discos y ropa. Ahora, los dos, son nidos infestados de turistas de lo más vulgar, de lo más corriente. Quizás Brick Lane, en Shoreditch, se acerca más a aquél espíritu de entonces. Hay galerías de arte, tiendas de ropa de diseñadores independientes y buenos puestos de discos de vinilo.

      En Londres, además de los flea market, existen los tradicionales car boot sales, buenos lugares para tomarle al pulso a la clase trabajadora del país. Allí, se juntan inmigrantes y nativos de las clases sociales menos favorecidas para comprar o vender lo que ya no les sirve pero a otros puede que sí. Los que venden llevan sus viejos coches repletos de viejas pertenencias, los aparcan en una zona delimitada (casi siempre un colegio o un solar sin edificar) y usan el maletero a modo de expositor. Los que compran, van cargados de paciencia y ánimo para regatear. Hay discusiones como en aquéllos casi extintos mercadillos de barrio españoles, los precios rondan la libra y tú, como turista o viajero, como diablos prefieras identificarte, tienes la oportunidad de comprar cosas que ya no verás en las tiendas. Y, porqué no, hacer un regalo curioso a la vuelta. Algo que nadie más podrá regalar. En esta dirección los podréis encontrar: http://www.carbootsales.org/county/london.html

      Londres siempre tiene una buena guía de conciertos. Puedes elegir entre un amplio ramillete prácticamente a diario. Tengas los gustos que tengas.
El Ain't nothing but blues está en Kingly St., en pleno centro, y tiene, como en el cine, sesión de tarde y noche. Siempre toca algún grupo y de buena calidad. The Bluematics son una banda curtida en mil batallas que nos ofrecieron una buena dosis de versiones clásicas desde Mississipi hasta Chicago.

      Más moderno, más preparado para los tiempos que corren, menos a nuestro gusto, es The Blues Kitchen en sus dos versiones de Camden High St y Curtain Rd. Allí vimos a los Jack Rabbit Slim, pero el ambiente, la excesiva seguridad y un control asfixiante nos obligaron a abandonar antes de los bises.

      El último día le hicimos un homenaje a Agatha Chistie. A Hercule Poirot. Visitamos las Whitehaven Mansions, el edificio donde vive el pomposo e inteligente detective en la serie de TV. Realmente es la residencia Florin Court, una construcción Art Deco del año 1936.

      Londres es Londres y no hay ninguna ciudad que se le parezca. Es populosa, es interminable, pero es agradable de recorrer. Siempre me ha parecido un pueblo enorme de casas bajas y calles estrechas. Es una capital atípica donde siempre me he encontrado tan a gusto que nunca me ha sido fácil abandonar. Pero todo se acaba. Pronto lo bueno y tarde lo malo.

Bath

      La autopista que une Londres y Bath suele estar repleta de atascos. Es rápida, pero el intenso tráfico no permite correr.

      El anfiteatro natural que rodea Bath y sus hileras de casas de color dorado hacen de la ciudad un lugar casi idílico. No es difícil señalarlo al poco de llegar como el lugar donde te gustaría pasar el resto de tu vida. El Royal Crescent, un impresionante conjunto de casas que se asoman a una verde pradera de césped, la Abadía y los baños romanos son suficientes motivos para visitarla. Todo es demasiado británico, demasiado coqueto, demasiado encantador. Posiblemente, si decides quedarte a residir en ella, termines atragantado de aburrimiento.

      Aun así, Bath no es solo su trío de lugares emblemáticos. Tiene un laberinto de calles escondidas con buenos pubs con cerveza artesanal propia, tiendas de exquisitas cakes y un parque público para el verano, que en invierno se convierte en el campo de juego del equipo de rugby local.

Los dos días de estancia nos dieron para acercarnos hasta Bristol dando un pequeño rodeo por Wells y la garganta de Cheddar, una carretera de buenas vistas y un pueblo que puedes dejar de visitar. El queso, lo puedes probar en cualquier lugar.
 
     Bristol es una ciudad portuaria, antiguo centro de comercio de esclavos. El puerto sigue siendo el pulmón de la ciudad y, como en muchas, ya ha limpiado el hedor del tráfico humano con un plan urbano que permite pasear, cenar y divertirse en sus antiguos muelles ahora convertidos en pubs, tiendas y restaurantes.
El tiempo en Bristol no nos acompañó. Intermitentes trombas de agua cayeron toda la tarde y nos obligaron a verlo a través de nuestros chubasqueros.
 

De vuelta a Bath recorrimos un par de céntricas calles con un buen surtido de tiendas de segunda mano.