19 de julio de 2015

SOUTH ENGLAND AND WALES BY CAR (Parte II) (Sur de Inglaterra y Gales en coche)


Cardiff

      El sur de Inglaterra está separado del sur de Gales por el río Seven. Un flamante puente, una de esas obras arquitectónicas símbolo de modernidad, los une a través de la autopista M-4. Gales es otro mundo dentro del Reino Unido. Símbolo de lucha de las clases trabajadoras, de rugby y de grandes voces.
       
     El primer día nos encontramos con los restos de las aficiones del Real Madrid y del Sevilla. El día anterior, habían jugado la final de la Supercopa de Europa en la ciudad. En el estadio del Millenium, donde el equipo nacional de Gales juega sus partidos de rugby, un cartel en la entrada decía: “Aquí no se juega la final de fútbol, aquí solo se juega a rugby”. El mundo del fútbol siempre cree que en todos los sitios atan los perros con longaniza. En Gales, el rugby es el deporte rey. Cerca, en el estadio del Cardiff, un amistoso entre los equipos de rugby sub 16 locales y el Newcastle inglés.
      Shirley Bassey y por supuesto Tom Jones, son buenos ejemplos de grandes voces galesas. La noche de Cardiff se llena de improvisados concursos de karaoke donde jubilados o trabajadores acuden a los pubs para tomar su ración de pintas y recordar viejos tiempos. Clásicos del soul y del rock'n'roll son interpretados con maestría por cada cliente que coge el micrófono. Nunca hemos sido amigos del karaoke, pero escuchando buenos temas en buenas voces y con media docena de pintas, la cosa pinta de otra manera.
      El segundo día visitamos Blaenavon, antiguas minas galesas hoy Patrimonio de la Humanidad. Tuvieron un significado especial tanto para el progreso en los inicios de aquélla Revolución Industrial, como por las durísimas condiciones de vida que tuvieron que 
soportar los trabajadores durante su funcionamiento. La visita es imprescindible. No es difícil percibir cómo poco a poco, lucha a lucha, derecho a derecho los mineros fueron ganando calidad para ellos y sus familias. Los niños y las mujeres llegaron a formar, muchas veces, parte de la mano de obra. Los túneles de las minas tenían tamaños diversos y, en los más pequeños, los hombres no podían entrar. Los hijos y mujeres de los trabajadores eran introducidos en pequeñas galerías donde no podían acceder los hombres. Un museo situado en la propia mina trata ampliamente la lucha que se libró y cobra máxima importancia en la actualidad. No es fácil abstraerse al ver como esos derechos conseguidos con la sangre de muchos, hoy se pierden por la indolencia de unos pocos. Cerca, el Blaenavon Ironworks, es una fundición que se abastecía de las minas. El cartel de la entrada “Bienvenido al infierno”, no necesita más explicación. Interesante la pequeña ciudad reproducida en los alrededores. Cómo vivían los trabajadores de la fundición, sus casas, comercios y su constante lucha contra las plagas de cucarachas. En definitiva, visitas que te muestran y enseñan mucho más que cualquier libro. No hace tanto, el inicio del nuevo mundo que ahora disfrutamos y también sufrimos, para la mayoría solo fue un durísimo padecimiento. Allí comenzó la lucha de clases y, creo, nunca la debemos de olvidar.
      Cruzamos el Brecon Beacons camino de Hay On Wye. Las verdes montañas galesas son bajas y redondeadas. Los caminos que las recorren, estrechos y lentos. Tienen vistas y te dan tiempo para contemplarlas. Las ovejas galesas cruzan las carreteras y las granjas te miran a lo lejos. Hay que parar y respirar el aire rural que lo empapa todo. Olvidarse de prisas, de gente y del mundo de donde uno procede. Gales es otro planeta.
      Hay On Wye organiza la mayor feria del libro de segunda mano del mundo. A finales de mayo la ciudad se llena, más si cabe, de libreros y oportunistas dispuestos a vender y comprar los libros que no se pueden encontrar, casi, en ningún otro lugar. Si no se puede acudir a la Feria, cualquier día del año se puede visitar el mayor número de librerías de viejo por metro cuadrado que alguien pueda imaginar.

La Costa Galesa

      El sur y oeste de Gales es playa, roca, mar y casas de color pastel. Hay muchos lugares donde parar, disfrutar de buenas vistas, dar de comer a las gaviotas y, si toca un día de suerte, tomar el sol en la arena. La suerte suele tocar más en el sur y se va perdiendo contra más al norte te diriges.

      Tenby, Solva, St Davis, St Govan's, son pueblos interesantes. Tenby, quizás, combina mejor estética, posibilidades, clima y descanso. Tiene un castillo en la esquina del pueblo metido sobre una lengua de mar. A sus lados, dos playas lo escoltan. Desde arriba, hileras de casas de color arco iris se asoman al mar Celta. Entre el pueblo y el mar, cientos de paseantes pasan sus manos por viejas balaustradas mientras gaviotas descuideras tratan de aprovechar el corto verano galés.
      La impronunciable Aberysywith es la más grande de las localidades costeras del este. Tiene ambiente universitario, una buena colección de pubs y un espectacular paseo de casas victorianas y eduardianas. El buen tiempo nos fue dejando por un fuerte viento proveniente del mar. Nos recogimos en un pub que no visitan estudiantes, solo trabajadores, marineros y tipos realmente extraños con un único denominador común. Sus ganas de beber. Nos juntamos y tuvimos buenas conversaciones. De esas que no llegan a ninguna conclusión, de esas que no se olvidan.

Snowdonia y norte de Gales

      Beddgelert tiene casas de piedra, cafés con turistas y un viejo puente desde donde se lanzan pequeños clavadistas al fondo del río Colwyn. Es, puede ser, el pueblo más bonito de Snowdonia. Nuestro fugaz paso por el Parque Nacional no lo puede asegurar, pero casi. Es un lugar de postal, de cuento de los Hermanos Grimm. Tiene un pequeño paseo rodeado de montañas mofletudas y verdosas que invitan a quedarse. Pero nuestro destino estaba más al norte, y la lluvia comenzaba a dejar de ser intermitente para pasar a insistente.
      Un castillo, dijimos. Caernarfon, elegimos. No sé si todos son iguales en el presente que se vive, pero la memoria pone a cada uno en su lugar. No somos de rutas de museos, ni de castillos ni de ruinas, pero siempre tomamos un referente que no dejamos escapar. El pueblo es interesante y la fortaleza tiene acceso desde el mar. Dentro, hay un buen museo de las azañas galesas en la colonización que llevó a cabo el Reino Unido y, por supuesto, de la batalla de Rorke's Drift, donde 140 galeses resistieron a 4000 zulúes. El filme Zulú, con un gran Michael Caine a la cabeza de reparto lo recuerda.
      Llandudno es un lugar de veraneo para los galeses. Nuestra intención era dormir y salir a dar un paseo en barco por el mar de Irlanda y saludar a la fauna. El viento estaba demasiado irrespetuoso y nos lo impidió.
      Cambiamos planes y nos dirigimos a Chester. Toda la fauna que no pudimos ver en Llandudno salio a recibirnos en la ciudad inglesa fronteriza con Gales. Cintas rosas, vestidos de topos, tacones de aguja borrachos que parpadean, pamelas grotescas, pelos amarillos, minifaldas y trajes con corbata. Son los uniformes de los británicos cuando acuden a un Grand Prix al hipódromo. A emborracharse después de una carrera de caballos y vaciar todas y cada una de las plazas hoteleras de la ciudad. O, como poco, dejar solo libres las de 400 pounds la noche.    Con el centro de Chester paseado y el espectáculo que no daba para más, buscamos el camino a Liverpool.

Liverpool

      Nunca me han gustado The Beatles. Nombrar este tema con muchos de mis amigos es como nombrar la soga en casa del ahorcado. Para mí fueron los que intentaron, por supuesto no lo consiguieron, destruir el rock'n'roll. Y eso que empezaron bien con el bueno de Tony Sheridan. Aún así hace tiempo que dejé atrás una buena parte de mis prejuicios, no todos, y visitamos la barbería de Tony Slavin en Penny Lane, tomamos unas pintas en The Cavern junto a niños y parejas maduras neuróticas y vimos alguna actuación de grupos correctos tributo a The Beatles.
      Liverpool es una buena ciudad para vivir. Como Bristol, tiene un pasado canalla, un puerto reconvertido en zona de ocio para gente cool con estatua incluida para Billy Fury y muchas zonas interesantes por donde pasear o beber.
      El Liverpool tenía partido de liga y la ciudad estaba teñida de rojo. Buscamos flea markets, car boot sales y tiendas de segunda mano en donde poder rebuscar cosas inservibles. Las encontramos. Visitamos la sobrevalorada Chinatown y cenamos en dos de sus restaurantes durante las dos noches que pasamos en la ciudad. Pagamos bastantes libras por un hotel mediocre que no estaba demasiado limpio. Lo que toca en una ciudad industrial. En fin, creo que nos fuimos de Liverpool con una sensación agradable, buenas recuerdos y una inamovible opinión sobre The Beatles.

Liverpool – Arras – Zaragoza

      Todo viaje, sin excepción, tiene fecha de caducidad. Desde los que emprendemos la gente gris con una vida más o menos organizada, con un trabajo que, cada día con más dudas, te espera a la vuelta y con una cama que terminas echando de menos, hasta los que emprenden los afortunados que únicamente compran el billete de ida. 
     Viajamos cuando nos movemos, cuando nos descubrimos y soltamos pesados lastres que atenazan nuestra existencia, cuando esos prejuicios, esa forma de ver la vida, ese preocuparte por cosas que realmente o no importan o no tienen solución, se quedan lejos al volver la vista hacia atrás. Cuando esas normas básicas no se cumplen, ya se puede dar el viaje por finiquitado. Estés de vuelta en tu casa hipotecada o viviendo a la orilla del Amazonas con una tribu desconocida.
       Salimos de Liverpool sin prisa, con el único objetivo de cruzar el Canal de la Mancha y recorrer algunos kilómetros hasta los alrededores de la capital francesa. Cruzar Inglaterra es fácil. Los conductores son respetuosos, no corren y las carreteras están en muy buenas condiciones. Como en casi toda Europa. Decidimos dormir en Arras al salir del Ferry. Es una ciudad pequeña, con un par de plazas empedradas rodeadas de casas flamencas y un campanario que vigila todo lo que se mueve a su alrededor. Todo ello, más que suficiente para dar un paseo, desentumecer las piernas y decidir un restaurante donde celebrar la última cena del viaje.
      A la mañana siguiente, con música, buenas conversaciones y, porqué no, ganas de llegar a casa, pusimos rumbo a Zaragoza. Medio día y mil doscientos kilómetros cuesta abajo que ya nunca quedarán atrás, que nunca se olvidarán. Siempre quedarán guardados en alguna capa de nuestra cada vez, más deteriorada memoria.

No hay comentarios:

Publicar un comentario